De la escena independiente sueca a convertirse en el videojuego más vendido de la historia: las claves del éxito de ‘Minecraft’
La película basada en el popular juego de Mojang revienta récords de taquilla aupada por una potentísima base de jugadores
Cuando uno empieza su primera partida de Minecraft es normal sentir cierto desconcierto. Lo primero que vemos en primera persona es un entorno (un bosque, por ejemplo) hecho de formas cuadradas. Hemos sido arrojados a un universo donde las curvas están vetadas, en el que los arbustos son rectangulares, las montañas son bloques agrupados y hasta el agua se compone de cubos azules en movimiento. Comenzamos a movernos y el desconcierto crece. No hay normas, ni objetivo, ni misiones. Podemos pensar que el juego es simple, pero sería un cr...
Cuando uno empieza su primera partida de Minecraft es normal sentir cierto desconcierto. Lo primero que vemos en primera persona es un entorno (un bosque, por ejemplo) hecho de formas cuadradas. Hemos sido arrojados a un universo donde las curvas están vetadas, en el que los arbustos son rectangulares, las montañas son bloques agrupados y hasta el agua se compone de cubos azules en movimiento. Comenzamos a movernos y el desconcierto crece. No hay normas, ni objetivo, ni misiones. Podemos pensar que el juego es simple, pero sería un craso error: Minecraft oculta un puñado de virtudes que lo han convertido en uno de los juegos más queridos y exitosos del mundo. Un éxito que ahora ha saltado al cine con Una película de Minecraft, el filme que adapta el universo del juego y que en tres días ha recaudado más de 300 millones de dólares (unos 275 millones de euros) en taquilla.
Originalmente creado en 2009, aunque llegó al mercado en 2011, Minecraft es el bebé de Markus Persson, diseñador sueco independiente (y de opiniones un poco polémicas) que conjugó en su juego dinámicas de recolección, de creación y de aventura. Una especie de Lego digital en el que no había una historia fija, sino la libertad absoluta para que los usuarios interactuaran como quisieran con otros jugadores y pudieran construir lo que les viniera en gana. Lo primero, y casi único, que se nos dice al comenzar a jugar es que, si obtenemos recursos, podemos combinarlos para crear herramientas y objetos. Tras dar los primeros puñetazos a un árbol (para conseguir madera) y a una roca (para conseguir piedra) podemos mezclarlos para conseguir una pala, con la que construir nuevos objetos, muros, armas o, con el suficiente esfuerzo, el Taj Mahal. Porque ese es el milagro de Minecraft: uniendo elementos muy simples el jugador puede recrear objetos, paisajes y aventuras excepcionalmente complejos. Hay reproducciones de Nueva York a escala real, del Coliseo romano de o de Desembarco del Rey, la ciudad de Juego de tronos.
No todo es construir, claro. El juego incorpora también una dinámica de supervivencia (hay que comer regularmente lo que cacemos o cultivemos) y de aventura (hay ciclos de día y noche, y al caer el sol nos atacan los icónicos zombis verdes y otras criaturas peores si no hemos construido un refugio seguro). Y es sobre estos tres pilares, construcción, supervivencia y aventura, sobre los que Minecraft se corona como el sandbox (el género de juegos que le da al jugador la libertad para hacer lo que quiera, como un niño pequeño en un patio de arena) perfecto. Cada vez más y más generaciones se unen a la fiebre de Minecraft y parte del éxito del juego, y ahora de la película, es generacional: todo el mundo cree que El Rubius es el mayor youtuber de España, cuando en realidad es Mikecrack, con una audiencia más infantil. ¿Y a qué juego es, precisamente, al que dedica sus vídeos y directos? Pues eso. Todo lo que toca Minecraft sube como la espuma. Mojang, la empresa matriz del juego que fundó Persson, fue adquirida en 2014 por Microsoft por 2.500 millones de dólares. Parece mucho, pero es calderilla si se propusiera comprarla hoy.
Hay otro elemento que hace que Minecraft rompa fronteras. Sabemos que hay juegos a los que los padres dicen no y juegos a los que los padres dicen sí. Pues Minecraft aglutina todas las virtudes de los segundos: es un juego amable, fácil de usar y muchos estudios apuntan a que ayuda a desarrollar habilidades académicas y socioemocionales. Tiene, de hecho, toda una plataforma, MinecraftEdu, que adapta el juego específicamente al entorno educativo desde 2016 y que se ha colado en miles de aulas de todo el mundo.
Por último, hay otro factor que ayuda a aumentar su base de jugadores, y es que sobre el juego no pesa el engorro de la parte más tecnológica de algunos videojuegos: tarjetas gráficas, consolas caras, especificaciones técnicas elevadas. Minecraft, con gráficos poligonales y solo dos gigas de peso, se puede jugar en prácticamente cualquier dispositivo: teléfonos móviles, ordenadores prehistóricos, tabletas, plataformas como Apple TV y hasta no es exagerado pensar que exista alguna tostadora en la que se pueda jugar. Ser tan multiplataforma lo ha convertido en el juego más vendido de la historia, con más de 300 millones de unidades. Además, es de los más jugados mes a mes, con una sólida base de unos 200 millones de usuarios únicos. Y en horas jugadas al mes se sitúa en lo más alto de la lista, con bestias como Fortnite, Call of Duty, PUBG, League of Legends o EA Sports FC (el FIFA de toda la vida).
Agotada (parece) la fuente de los cómics y los superhéroes, los videojuegos se postulan como gran repositorio de personajes e historias dispuestas a ser trasvasadas con gran éxito a la pantalla. Están esperando, agazapados, su oportunidad. Y ahora parece que la apuesta de estudios, marketing y medios es más decidida que nunca. Ahí están las adaptaciones de Sonic (2020, 2022, 2024), ahí está Super Mario Bros: La película (la segunda más taquillera de 2023, superando holgadamente los mil millones de dólares), ahí está la premiada serie The Last of Us. No siempre se da en el clavo (en 2023 también se estrenó Gran Turismo), pero con una base de seguidores tan sólida, es complicado que las adaptaciones de los juegos más exitosos descarrilen en taquilla. No hace falta siquiera hacer una gran película. Basta con que sea cuadrada.